A apenas media hora de Sevilla descansa, en lo alto de un cerro, uno de los pueblos más bonitos de la provincia. Quizás en verano no hay quien pare en la calle por las temperaturas, superiores a los 40º, que registra. Y justamente por eso el invierno es un momento estupendo para perdernos en Carmona.
Cercada por un imponente recinto amurallado, no es de extrañar que todas las civilizaciones pusieran sus ojos en ella, ya desde la Edad del Bronce. La inicial Carmo fue parte del reino de Tartessos, después conquistada por fenicios y cartaginenses -la Puerta de Sevilla responde a esa época-, así como por romanos y musulmanes, que la convirtieron en capital de uno de los reinos de Taifas. Todas ellas dejaron su legado, que hoy observamos a través de construcciones como los Alcázares, que presiden, majestuosos, la población; también caminando por los barrios de San Felipe, Santiago y San Blas, que conformaban la antigua judería; o visitando el conjunto arqueológico para viajar hasta la época romana.
De vuelta al interior de las murallas, la Iglesia de San Felipe, la Puerta de Córdoba, los conventos de Santa Clara y las Descalzas, la Casa Palacio del Marqués de Torres (hoy Museo de la Ciudad), la Iglesia de San Pedro y su torre conocida como La Giraldilla nos esperan.
Empapados de historia y de historias nos dirigimos a la plaza del mercado de Abastos para tomar un respiro y, por qué no, un tentempié, y seguimos hacia la de San Fernando -antiguamente foro romano- para relajarnos con una cerveza y una tapa de melva, pringá, ibéricos o alcachofas por ejemplo en el bar Goya o el Parador de Carmona, una joya del medievo.